Para abordar el lado ontológico de una hamburguesa, primero debemos indicar que ésta es uno de los alimentos más populares en la modernidad urbana del siglo XX y XXI.
El mundo en que vivimos es una construcción principalmente sensorial; esto en el sentido de que las impresiones son la primera cuestión que recibimos del exterior y desde allí parte toda la posterior construcción de la cultura. De aquí que podamos decir que toda cultura es hija de nuestras impresiones sensoriales.
En este orden de ideas, podríamos jerarquizar los sentidos según la distancia en que éstos son capaces de captar el objeto: la vista vendría siendo el sentido con alcances de mayor lejanía, posteriormente nos encontramos con el oído y el olfato; quedando el gusto y el tacto en una misma categoría de mayor cercanía por su imposición de contacto para la percepción y la experiencia. Vale aquí destacar que, si bien ambos están en una misma categoría, existe una diferencia entre ellos dada por la extensión de sus receptores en el cuerpo: los del gusto están “concentrados” solo en la lengua y los del tacto por todo lo que tenemos de contorno en “contacto” con el mundo exterior.
Siguiendo la idea de que gusto y tacto son los sentidos de la cercanía, podemos ubicarnos en los primeros momentos de nuestra existencia cuando fuimos paridos y nuestro cordón umbilical se cortó introduciendo, por primera vez, oxígeno en nuestro cuerpo por cuenta propia, o según se dice popularmente, nos llega el ser con este primer aliento. Es allí cuando se activa, entonces, nuestro sistema nervioso propio ya separado del de nuestra madre. Así mismo, es a través de la piel que tenemos nuestra primera “impresión” sensorial, por ende, nuestra primera experiencia que es, nada más y nada menos, la formación de nuestra sensación del primer ”yo” surgido por la percepción de unidad que nos da el sentir de la presión atmosférica y el “contacto” con el ambiente de este mundo.
Es ésta, pues, la primera experiencia constructora de cultura. Así, el tacto se constituye en el primer sentido que usamos para ubicarnos como individuos, como una unidad separada de natura en este mundo. Esta maravillosa y terrible experiencia nos ubica inmediatamente en el abismo de las grandes preguntas de la humanidad: “de dónde vengo y para dónde voy”, la cual es generadora de la más intensa y enigmática situación del ser humano; el primer paso sensual que experimentamos y primer eslabón primordial de toda la sucesión de experiencias eróticas del Ser. Unido a todo este paquete del tacto se encuentra también ese otro sentido del contacto mencionado: el gusto, pues es en las papilas gustativas de la lengua donde por primera vez comenzamos a modular este mundo porque es allí, justamente, donde saciamos la necesidad de ese Ser que se nos encendió por primera vez con el tacto. En otras palabras, con el gusto saciamos la necesidad de estar vivos y mitigamos el primer miedo a la muerte. También podemos decir que es “comiendo/ siendo amamantados” con leche materna que nos sentimos seguros ante la pavorosa hambre que nos anuncia el apagado de la vida.
Cabe aquí señalar, igualmente, que es la lengua la parte del cuerpo donde los sentidos del contacto se concentran; los del gusto únicamente allí (en la lengua) y los del tacto con mayor intensidad en este punto junto al clítoris y la parte baja del glande. También es importante señalar un asunto de sumo interés: ambos sentidos están colocados en el eje que nos hace humanos, la sensualidad; ésta se ubica con mucha intensidad en la boca y en los órganos sexuales. Así, habla (boca) y sexo (órganos genitales y piel) son los mayores generadores de sensualidad y definitivamente ésta es una experiencia que atañe únicamente a nuestra condición humana.
Así pues, en estas dos maravillosas y terribles experiencias quedan impresas en nosotros unas improntas ilegibles del borde de la vida y de la no-vida, quedando toda la gran y maravillosa confusión de lo humano y lo divino. Son así, entonces, el gusto y el tacto los sentidos de la primordialidad, los sentidos que nos dan el hilo de Ariadna para ubicarnos ante el enigma de la nada, ante la deconstrucción del ser para llegar a la unidad.
Después de esos dos primeros actos primordiales suceden infinitas experiencias y de a poco vamos construyendo una personalidad. Paso a paso vamos abandonando al Ser para poder, posteriormente, establecer la experiencia de comernos una hamburguesa con todo su sentido hedónico como un sucedáneo de esa terrible y maravillosa experiencia al rememorar inconscientemente cuando instintivamente tomamos el pezón de nuestra madre y percibimos la sensación de mitigar la muerte, consiguiendo así una vía para estar vivos.
La hamburguesa, con toda su carga cultural moderna y postmoderna, conjuga miles de millones de sensaciones que la ubican como un sustituto de lo primordial para un ser humano: VENCER A LA MUERTE, tal como le indicaron a Jacob como acto heroico. Es así como el comer se constituye en un esclavizador del Ser y lo pone a su servicio para que el propósito más importante del acto de alimentarse se convierta en tan solo una experiencia hedónica, sabrosa y agradable, que sustituya a la primordialidad de mantenernos vivo en este mundo. No para ser felices, sino más bien para evolucionar como Ser y transformar los cimientos primitivos de nuestra condición.